En la reseña de hoy voy a
hablar sobre Los miserables, la novela de Victor Hugo.
En la Francia de 1815, Napoleón ha sido definitivamente derrotado y el país
vuelve a ser dirigido por la monarquía. En tal transición, un presidiario sale
de la cárcel de Tolón: su nombre en Jean Valjean, y fue hecho preso
por robar pan para dar de comer a un sobrino
hambriento, añadiéndose al robo como cargos varios intentos de fuga.
Por todo lo que ha sufrido en prisión, es un hombre lleno de odio, y el mal
trato y desprecio que le dan sus compatriotas al saberle ex-presidiario no hace
esto mejorar. Un buen día, conoce al Obispo de Digne, y le roba a pesar de ser
en mucho tiempo la única persona en tratarle bien. La policía le atrapa con la
plata del clérigo, pero el Obispo salva a Jean Valjean alegando que se la
regaló para que pudiera usarla para salir del bache por el que pasaba. El
clérigo, además, le regala dos candelabros de
plata, incitándole a cambiar y a ser buen cristiano. Esta
bondad, a la que se sumará otro hecho importante, provoca un cambio radical en
Jean Valjean, que buscará redimirse y hacerle bien al mundo.
Años después, en 1823, Jean Valjean ha llegado a ser alcalde y ayuda a todo
menesteroso que lo necesite, todo ello bajo la identidad de El señor
Magdalena. No obstante, Javert, un policía que custodiaba la prisión de Tolón,
cree reconocer en el alcalde al antiguo presidiario que custodiaba...
Este, de forma muy resumida, sería el principio de la novela
de Los miserables. No obstante, se va a ir complicando poco a poco el
argumento, añadiéndose al juego del gato y el ratón de Javert y Jean Valjean otros
personajes y tramas, tejiéndose un rico mosaico. Los personajes están
relacionados de alguna forma todos entre sí, unidos unos y otros por el
destino, sucediendo en la novela a menudo que toda acción tiene una
consecuencia, recuperándose unas cuantas veces personajes que ya parecían
olvidados por la trama. Gracias a estos, Victor Hugo ofrece al lector un más que completo retrato de lo que fue el primer tercio del siglo
XIX para Francia. Tiene la misma buena capacidad para describir la Revolución
Francesa que para narrar la batalla de Waterloo, haciéndose estas descripciones
en boca de los propios personajes o a través de digresiones. Respecto a estas, hay
algunas importantes que duran un buen número de páginas, y pese a que pueden
resultar enojosas en un principio, son muy útiles, no solo para aprender
Historia y para reflexionar con ellas, sino por ser importantes por introducir
a personajes, tal como el Thernardier con Waterloo, dando una idea de su mala
traza, o con Gavroche con la vida de los niños abandonados en París, para dar
una idea de las miserias por las que ha tenido que pasar el infante.
Y este es un punto importante de la narración: las miserias
de la época. Estas pueden ser de distintas clases, ya sean económicas, sociales
o morales, cuando no incluso de varios tipos a la vez. Así, estaría Fantine,
joven que acaba por tener que prostituirse para dar de comer a su hija Cosette,
no temiendo el autor hablar con crudeza de la profesión, haciendo un alegato
contra ella por perpetuar la esclavitud en su época (y aún en la nuestra),
siendo la degradación de Fantine una auténtica tragedia, siendo fácil
compadecerse y conmoverse de ella. El mundo marginal se explora, además de con esto y con los
pícaros como Gavroche, con asesinos como el siniestro cuarteto de patrón Minette,
protagonizando este terrible grupo un momento muy angustioso durante la
narración para el lector, valiendo señalar lo que se documentó el autor para
recrear el mundo del hampa, así como el de toda la narración en general. El
crimen sería la consecuencia de la ignorancia, aportando el autor como solución
para los problemas sociales la educación, aunque hay personajes que ni así se
salvarían, como es el caso de Thernardier.
Pero no todo es desgracia, pues también hay mucho amor. No
solo del amor de un hombre por una mujer, sino también el paternal, con la
bellísima relación de Cosette y Jean Valjean, así como el cristiano, destinado
a todos los prójimos, siendo su mayor exponente el Obispo, o incluso el amor
por la patria, como Los amigos del ABC,
siendo siempre este sentimiento muy dulce y romántico, permitiendo un
poco de tranquilidad y amabilidad al que lee la novela entre tanto quebranto y
sufrimiento.
Los protagonistas hablan entre sí con un lenguaje muy claro
(salvo cuando se usa el caló de la
germanía, el del mundo delictivo) con grandes diálogos, que pese a tratar ideas
elevadas, son fáciles de seguir. Esto último se debe a que en Los Miserables
también hay personajes eruditos y cultos, como por ejemplo Los amigos del ABC,
jóvenes universitarios que se disponen a sublevar a la población parisina
contra la monarquía por una vida mejor para el pueblo francés, siendo muy
interesante ver las distintas opiniones políticas de la época.
En conclusión, si queréis dar con una buena novela, que
tenga tanto elementos históricos, filosóficos, de novela negra, como románticos
y costumbristas, dadle una oportunidad a Los miserables, pues su lectura no
defrauda. Si acaso, lo único “malo” que tiene la novela es su extensión: en la
edición de un servidor, la de DEBOLSILLO (17´90€), hay 1744 páginas, entre las
que se incluye una introducción muy interesante (pero que conviene leerse
después de la novela, pues contiene datos muy reveladores y sorpresas de la
trama), así como notas a pie de página, que aparecen muy cuando en cuando, no
haciéndose pesadas y siendo muy útiles para entender las referencias del libro.
Lo “malo” de ser tan largo es que hay que tener ganas de coger semejante
epopeya, no siendo un reto para impacientes,
siendo doblemente gratificante el finalizarla, no solo por todo lo aprendido
con la obra, sino por haber superado tal reto. En cualquier caso, para amenizar
la lectura (dividida en la presente edición en dos tomos, por el volumen de
papel), el autor dividió su obra en cinco libros, a saber: Fantine, Cosette, Mario, El idilio de la calle Plumet y la epopeya de la calle de San Dionisio
y Jean Valjean, estando estos a su
vez subdivididos en libros y capítulos, de modo que la lectura se hace así un
poco más amena.